Tenemos tantas ideas sobre lo que debe ser el buen sexo que, en ocasiones, olvidamos nuestra naturaleza real de seres humanos.
“A mi no me gustan las mujeres que gritan y gimen muy duro”. La máxima me la lanzó un “compañero sexual” dos meses después de nuestro primer encuentro. Es decir, hagamos cálculos ligeros: nos veíamos todos los fines de semana. Son 8 fines de semana, multiplicados por 3 días, da como resultado 24 días. Cada día tirábamos aproximadamente dos veces, eso nos da esta cifra aterradora: 48 polvos en los que mis gemidos en la madrugada podían, fácilmente, despertar al celador sentado en su silla de plástico en la esquina de la cuadra.
– ¿Por qué no me dijiste antes?
– No sé, era raro, eras la primera mujer que gemía así.
Y mi cabeza se echó para atrás, mis ojos se abrieron como cuando escuchaba a mi mamá decir que nunca le ayudaba a lavar los platos, y me quedé muda. Pero mi cabeza jamás. ¿Cómo así que las mujeres no gritan, y entonces qué hacen? ¿Cómo expresan que están pasando un buen momento? ¿Gemir no es sinónimo de mujer excitada? Devuélvanme mi plata… ¿quién? Nadie nunca me lo afirmó, no sé de donde saqué que entre más duro el gemido, más arrecha pondría a mi pareja; y así empecé a actuar hasta que llegó este portador de la verdad y me confrontó con uno de los tantos fetiches que tenía instalado en mi cabeza. En efecto no todos los hombres encuentran sexy a una mujer que no se calla, y esto tampoco significa que debamos tomar ejemplo de las más calladitas, pues esto también puede ser desestimulante; pero a la hora de comparar lo que creemos que es candente con lo realmente excitante, vale la pena hacer uso de la naturalidad.
Viene otro caso donde podemos verificar que muchas veces no acudimos a nuestro instinto, y peor aun, al lenguaje de nuestro cuerpo. No necesariamente todas las mujeres queremos un hombre que tenga un musculoso miembro de 18 centímetros de largo por 5 de diámetro, no, a muchas nos apetece mucho más un pene seguro de su apariencia y de su baile. La seguridad puede ser más atractiva que un hombre que contiene su eyaculación. Error épico y fetiche de muchos. No sé en qué manual, página porno o tertulia de adolescentes acordaron que entre más se demoraran más felices harían a sus mujeres, para toda la vida.
Primero que todo, uno puede identificar el momento en el que un hombre decide retener sus fluidos para no terminar la faena pronto (lo que para él significa pronto). Se mueven diferente, respiran con más pausa, en ocasiones hasta apartan el pene del lugar de la diversión. Resulta que cuando la situación se vuelve así de planeada muchas se desaniman; cuando todo está fríamente calculado todo se vuelve, precisamente, frío. Señores, si un hombre termina rápido, antes que su pareja, piense que siempre podrá haber repetición y seguro en el tiempo extra usted ya no tendrá tanto afán, está casi comprobado físicamente (por eso muchos hombres se masturban horas antes de tener relaciones sexuales).
Y así podríamos seguir citando actitudes que creemos que el otro disfruta hasta la saciedad, pero nunca siquiera le hemos preguntado “¿te gusta?”. No significa que vamos a caer en el jueguito de actuar solo según lo que el otro disfruta, pero cotejar los fetiches con la realidad puede ser una buena idea para vivir una sexualidad real, llena de satisfacciones personales y mutuas.
De la fantasía a la práctica
1. Los mordiscos son aliados de muchos, ojo, se vale preguntar antes de actuar pues aunque pueden funcionar como activador de excitación, algunos pueden encontrarlos repulsivos.
2. Un fetiche muy común es aquel que está relacionado con la ropa. Dejarse algunas prendas de vestir durante el acto sexual puede ser muy estimulante (tacones, blusas de botones, camisas de malla).
3. Recientemente comprobé que el fetiche de arrancar la ropa, romperla, en plena faena resulta casi tan excitante como un buen beso. Inténtenlo, todos tenemos alguna camiseta que no vamos a echar de menos.