Deberían animarse a probar las diferentes sensaciones que estos artefactos provocan.
No voy a negar que hasta a mí me impresiona la gran cantidad de juguetes sexuales para llevar a la cama que hoy encuentra uno en el mercado.
Sin embargo, y eso salta a la vista, estos llenan cada vez más los estantes de las secciones femeninas que los de las masculinas.
Pareciera que la utilización de estos adminículos sigue siendo distante, y hasta vergonzante, para ellos; pero, la verdad sea dicha, el asunto cruza más por el desconocimiento y la falta de oferta que por el desinterés de nuestros machos.
Para la muestra está que frente a la palabra “consolador”, su imaginación no llega más allá de los consabidos vibradores que, si acaso, han visto en las películas que suelen disfrutar siempre a escondidas o en las hoy casi inexistentes revistas impresas (Playboy, la más icónica de todas, anunció que no publicará más imágenes de mujeres desnudas).
Además, ellos siempre relacionan estos juguetes con nuestra función y no con la de suya. A eso suman las clásicas esposas, los látigos y los sugerentes disfraces, que, la verdad, no es que cuenten mucho.
Los más audaces pueden admitir que han ayudado a sus parejas a usarlos, y apenas uno que otro dirá que los ha probado en cuerpo propio.
El austero mercado del goce sexual para ellos se limita a los prosaicos masturbadores. Pero aunque vienen perfectamente adaptables a su mejor amigo, y en las más impensables presentaciones, no son tan demandados.
En los hombres la masturbación es tan simple y directa que un aparato no pasará, para muchos, de ser algo que les complique la práctica, salvo que les garantice una supersensación…
Además, aquello de ir a comprar, desempacar, encender, usar, lavar, guardar y cuidar los consabidos juguetes que les proporcionan lo mismo que sus propias herramientas no les resulta a muchos tan atractivo. Menos si después de todo este operativo quedan, como suele suceder, exhaustos.
Los señores son primarios. La mayoría, digo, porque hay quienes están dispuestos a sacarles, literalmente, el jugo a tales adminículos (como los niños que son en el fondo, claro), a algunos juguetes muy masculinos.
Aunque se trata solo de masturbadores, estos pueden retar su imaginación y multiplicarles sus fantasías. Se trata, señores, de dejar la bobada y explorar.
Atrás, pero bien atrás, quedaron los días en que se morían de la vergüenza al entrar a las farmacias para comprar condones.
A la pena que les daba solo le ganaba la expectativa de una encamada. La mayoría agarraba la primera caja que les ofrecían –sin fijarse en tonos, texturas, sabores y presentaciones–, pagaban, salían corriendo sin esperar siquiera las vueltas.
Ahora se los ve mucho más en sex shops –que, por cierto, ya no son los sitios proscritos de antes–, poniendo a volar su imaginación mientras vitrinean.
Pues ya que están ahí, los invito, señores, a animarse a preguntar sin miedo y sin tanto tabú por los anillos vibradores, las ligas de silicona y, sí, no se aterren, por favor, por los estimuladores para la próstata. ¡No saben de lo que se pierden!
Comprobado está que esta clase de arsenal puede darles un excitante nuevo aire a las encamadas. Aprender a usarlos en pareja es estimulante a más no poder. Hasta luego.