Temerles a las segundas oportunidades en el sexo es tan ingenuo como pensar que no superaremos una pena de amor. El sexo, como la vida, está lleno de aprendizajes que vamos adquiriendo en el camino.
A mí me gustaría conocer a una mujer que haya disfrutado con plenitud su primer polvo. Que me mire a los ojos y me diga: “me encantó, lo repetiría mil veces”. Soy una preguntona, no en vano vivo de eso, y de todas las mujeres a las que he cuestionado ninguna me ha sorprendido con una respuesta que me lleve a esa grata conjetura.
En cambio, prácticamente todas han coincidido con lo difícil que resultó esa primera vez. Lo dolorosa, lo incómoda, incluso penosa para muchas. Yo la recuerdo así también. Minutos después de la osadía de mi primera vez me entró una terrible preocupación. “¿Voy a tener que hacer esto por el resto de mi vida? y ¿Dónde estaba lo bueno? ¿Lo que mostraban en Noches de Clímax de Cinemax? ¿Qué coño significa venirse? Porque yo no vi venir nada grato, solo un dolor en las entrañas que no sabía que podía sentir.
Claro, torpe niña menor de edad que cree que la vida es una primera vez en todo, y que así será para siempre, por los siglos de los siglos. Después vino la segunda vez, el segundo cuerpo. Solo hasta ese momento entendí qué era venirse. En ese momento me dolió más haber experimentado ese tema cuatro años después que el recuerdo de mi primera vez. Nuevo ser humano, nuevas enseñanzas, nuevas poses, más empoderamiento de mi cuerpo, menos ingenuidad. Y de ahí para allá, no quiero posar de súper catre, pero lo que he aprendido es invaluable. No me lo habría podido enseñar una página de internet, ni un blog, ni una youtuber, ni ninguna de esas formas contemporáneas de aprendizaje. Me lo enseñaron mis parejas, que no son incontables, de hecho podría mandarle un correo a cada uno reconociéndoles su enseñanza e invitándolos a difundirla con sus parejas actuales.
“Cuando el tiempo me curó, porque eso sucede, todas lo sabemos y lo hemos experimentado, reconocí de nuevo el placer de encontrar otro cuerpo unido a otro amor. Esta si fue una primera vez memorable”.
Esbozo y comparto con ustedes, queridas lectoras, las sensaciones de mi primera vez porque experimenté, como muchas, el miedo a no volver a conectarme con el sexo cuando había perdido un amor. Lo va a tener muy grande, no me va a caber, me va a pegar con una correa porque eso lo excita, va a usar dos condones por si las moscas (y los dos se van a romper), su cuerpo no va a ser igual que el de mi ex, va oler a oficinista después de todo un día entre el humo del cigarrillo y las grecas de café…Si sigo con el fruto de mi imaginación y todo lo que llegué a pensar después de mi rompimiento amoroso me voy a deprimir. Llegué a pensar incluso que no me iba a volver a venir y que me iba a tocar conseguir vibradores de todos los tamaños y para todos los momentos. Con luces para los días en que me iba de fiesta y me dejaban metida, con peluchito en la base para los días que estaba consentida, con olor a chocolate para los días nostálgicos…
Y no fue así. Es más, no estuve ni cerca de mi apocalipsis sexual. Es más, los pensamientos sórdidos, nube negra, me duraron 19 días exactos. El día número 20 después de mi ruptura salí con una capa de autoestima que me hacía lucir como todas las Miss Venezuela juntas (sin maquillaje ni laca). Y en efecto llegó el que me quitó el maleficio, y me abrió las puertas al mundo mágico de la segunda vez. Claro, no era una relación seria, ni tampoco lo sería, 19 días después de mi despecho yo salía de su casa a mirar la foto de mi ex con su nuevo amor y se me olvidaba por completo la faena en la que había estado una hora antes.
Pero, cuando el tiempo me curó, porque eso sucede, todas lo sabemos y lo hemos experimentado, reconocí de nuevo el placer de encontrar otro cuerpo unido a otro amor. Esta sí fue una primera vez memorable. De esas que no se pueden aplazar más, aunque uno quiera (por pura mojigatería pendeja). Recuerdo que tenía miedo, miedo de no gustarle tanto como para que quisiera tenerme más y más. También temía que yo no lo disfrutara, que fuera muy largo, que fuera muy corto (el polvo), que mis gemidos le parecieran excesivos, o que mi clavícula le pareciera muy pronunciada, ¡cualquier cosa! Y les cuento, queridos lectores, que la mente puede ser muy molesta y que el cuerpo tiene otros códigos que no responden a tanta bobada.
Entendí que me sentía bien con mi cuerpo, con lo que tenía, con lo que vestía debajo de la ropa, con la forma como interpretaba el sexo y cómo lo disfrutaba, y eso era suficiente para entregarme nuevamente a su goce. No significa que al otro día de terminar estaba parada mirándome al espejo sonriendo feliz de verme con la cara esquelética, la barriga hacia adelante y las piernas arqueadas. No, de hecho tuve que hacer algunas reparaciones, que estaban relacionadas más con ejercitarme, liberar endorfinas trotando y elevar mi ánimo que con someterme a estrictas dietas o desintoxicaciones o todo eso que está de moda para conseguir lo que creemos que es aceptado.
Después me topé con un hombre que no quería sexo casual, sino que me quería a mí, con mis piernas arqueadas (de nacimiento), con mi cadera ancha y mis alaridos, y empecé a disfrutar el sexo nuevamente, pero recargado, lleno de certezas, de aprendizajes y de mucha libertad.