A muchas parejas les gana la pereza a la hora de elegir el lugar de su próxima escena sexual. Ojo, la monotonía del espacio puede convertirse en un problema, especialmente para aquellos que llevan años juntos.
A mí me gusta la algarabía, los recibimientos rimbombantes, los mariachis en el aeropuerto, los globos de helio que formen la palabra “Bienvenida”. Les explico. Nací en Cali. Hace más de 29 años estoy viendo comparsas y comitivas que reciben a sus seres queridos en el aeropuerto con toda la parafernalia que merecen. Las bienvenidas varían según la procedencia del viajero y los continentes que atravesó. Pero cada vez que piso el aeropuerto de Bogotá imagino que me van a recibir un día como recibían mis coterráneos en el Alfonso Bonilla Aragón.
Claro, el clima, la temperatura, la personalidad de los bogotanos no va a permitir que un grupo de salsa me reciba haciendo el pasito cañandonga en plena sala de El Dorado, pero debo confesar que he tenido uno de los mejores recibimientos en el carro de un bogotano. Mi travesía a Medio Oriente terminó con un excelente orgasmo a bordo de un auto por plena carrera séptima.
Fui la encargada de conducir el auto hasta nuestro lugar de destino y al tiempo que aceleraba las manos de mi novio se inmiscuían debajo de mi pantalón. Les confieso, saber que podía ser descubierta por los ojos de los conductores, saber que me esforzaba por concentrarme en el tráfico bogotano de un sábado a las siete de la noche me excitaba, y mucho. Pero lo que más me atraía era la novedad. Saber que habíamos logrado salir de la rutina, despojarnos de la vergüenza y hacer algo que lucía diferente para nosotros, me devolvió a mi adolescencia, donde no había casa de soltero libre para tener sexo sino que debía buscar el garaje más oscuro de la cuadra, o el baño de la piscina del conjunto, todo esto me hizo pensar en lo monótona que podía tornarse una relación cuando el único lugar que se frecuenta para tener intimidad es la cama.
Hace poco escuché el testimonio desolador de una prima. Su esposo trabajaba haciendo remodelaciones de apartamentos que después iban a ser ocupados. Cada que recibía un nuevo proyecto hacía las mismas llamadas, primero a su pintor de confianza y después a su mujer. Separados, por supuesto. En la primera cita concertaba con su maestro de obra los colores que necesitaría para su trabajo, en la segunda dictaba la dirección y esperaba a su pareja, mientras terminaba de inspeccionar el lugar.
El sonido del timbre detonaba en él una especie de mini erección. Sabía que tendría un par de horas a solas con su esposa en la mitad de una sala extraña, vacía, o en una tina ochentera a punto de ser destruida, o en el mesón de una cocina con la altura perfecta para navegar a su mujer. Lo hacían en cada casa que él recibía. En verdad lo disfrutaban y no tenían que trasladar una cama, pagar o planear una logística híper complicada para tener ese sexo novedoso que tanto les excitaba.
Pero llegó el fin de su trabajo independiente. Los clientes empezaron a escasear y tuvo que emplearse en una oficina de arquitectos como cualquier oficinista. Trabajaba ocho horas, llegaba a casa con hambre, sueño y cansancio. Así como los clientes, el sexo fue disminuyendo, se acabaron los lugares excéntricos. Y fue tan drástico el cambio que incluso empezaron a tener dificultades para intimar.
Tan sencillo como que la falta de creatividad les había pasado factura. Tuvieron que consultar un especialista que entre otras cosas les recetó: ¡sexo fuera de la cama! Y ahora, lo que hacían como algo rutinario, tener sexo en diferentes lugares fuera de casa, se había convertido en una extrañeza a la que debían volver.
Hacerlo fuera de casa, en la oficina, en un motel, en el baño de la casa de un amigo, en la casa de los papás, en una piscina, en el mismo carro, no debe convertirse en una fantasía sexual o en un regalo de cumpleaños. La monotonía desanima, en todos los aspectos de la vida. Es una problemática que puede asediar sobre todo a las parejas que llevan mucho tiempo juntas y olvidan que salir de este círculo cómodo y aburrido de tener sexo en la cama es tan sencillo como abrir la puerta de la calle.
Toda la situación que encierra el sexo al aire libre tiene esos componentes que lo hacen apetitoso. La posibilidad de ser descubiertos, la necesidad de hacerlo rápido, las posiciones diversas que pueden resultar en otro tipo de espacios que no conocemos, la sonrisa después de la fechoría cometida y la complicidad de haberlo hecho bajo el manto de lo socialmente prohibido, son pequeños triunfos que harán sonreír a la pareja, ¡lo puedo asegurar! Animarse a tener una aventurita en algún rincón inexplorado será tan atractivo que incitará a más y más.
VISTE EL EROTISMO
Las piezas interiores de Noise Experimental Lab of Seduction están hechas para la intimidad, para el juego lujurioso, que invita a la experimentación, como ese escenario en el que se descubren nuevos placeres. Dice su diseñadora Juanita Arcila: “Sabemos que sentirse bien es verse bien y que la belleza está solo en quien es capaz de admirarla”. El hedonismo y la curiosidad se funden con la sofisticación, con siluetas inesperadas que abrazan la silueta y sugieren nuevas zonas erógenas.